Si en un colectivo profesional, por ejemplo taxistas o joyeros, se produjeran un centenar de asesinados sólo en un año, sabemos que se colapsarían las calles, habría interpelaciones parlamentarias, los medios de comunicación y las tertulias arderían de indignación. Si las víctimas lo fueran de terrorismo la Guardia Civil patrullaría por las calles y se pediría el Estado de Excepción. Pero se trata únicamente de mujeres y niños, y por tanto los asesinatos se producen durante décadas sin escándalo.
En los últimos diez años se han creado varias instituciones dedicadas a la observación y persecución de la violencia de género, que disponen de medios y personal para abrir atestados, instruir sumarios, celebrar juicios, resolver apelaciones, dictar órdenes de alejamiento y de protección, ejecutar sentencias, realizar exámenes forenses, dictámenes psiquiátricos, terapias de apoyo, contar las víctimas, publicar estadísticas, organizar campañas de concienciación y difusión de los hechos, y todos esos hombres y mujeres que trabajan arduamente en las comisarías de policía, en los cuartelillos de la Guardia Civil, en los despachos de las policías autonómicas, en la calles de las ciudades, en los ambulatorios, los hospitales, los juzgados, las Audiencias, los observatorios de violencia de género, los ministerios, como Ministros, Secretarios de Estado y Directores Generales, no han logrado que disminuya ni un 1% el número de víctimas.
Lo que sí han logrado es que disminuya el número de denuncias, lo que teniendo en cuenta lo anterior la única conclusión que cabe es que ya las mujeres no denuncian a pesar de seguir siendo abofeteadas, apaleadas, amenazadas, insultadas, humilladas, encerradas, violadas, prostituidas, acosadas, por alguno o algunos hombres. Y así es porque han perdido la confianza en la protección que las instituciones les tienen que brindar.
Lidia Falcón
blogs.publico.es
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